La ética civil consiste en aquel conjunto de valores y normas que comparte una sociedad moralmente pluralista y que permite a los distintos grupos, no sólo coexistir, no sólo convivir, sino también construir sus vidas juntas a través de proyectos compartidos y descubrir respuestas comunes a los desafíos a los que se enfrentan.
La ética pública en un caso y el otro, es la que esta en la base del derecho positivado que pretende ser legítimo, amén de haber seguido las normas de ese derecho legítimo, los procedimientos adecuados para su promulgación. En ninguno de estos casos la ética pública puede confrontarse con el derecho, y es descabellado creer que puede convertirse en derecho. Moral y derecho son dos dimensiones diferentes de la sociedad. La moral se refiere a la “libertad interna” sea de las personas, sea de las organizaciones, a sus condiciones y hábitos y sus orientaciones y a las normas que ellas entienden como suyas; el derecho se refiere a la “libertad externa”, a las relaciones entre las personas y las organizaciones reguladas por una autoridad externa a ellas, con capacidad sancionadora, aun en el caso de las sociedades democráticas.
La ética pública se va construyendo a través de la moral de las organizaciones y las instituciones, de las actividades profesionales, de las vivencias de felicidad de los distintos grupos sociales, de la opinión pública y las asociaciones cívicas.
En ultimas la construcción de una ética pública se referencia obligadamente en sociedades donde se ejerza en serio el pluralismo moral. El pluralismo moral por ende es la alternativa a las concepciones, al monismo y al politeísmo. Por obvias razones, el pluralismo es mucho más humano que las dos anteriores, ya que el monismo obedece a la imposición de un código único y el politeísmo a la disparidad de códigos que impide cualquier intento de actuación conjunta. El pluralismo por su parte invita a ir más allá de la ley del péndulo, y a superar en un tercero los dos movimientos anteriores. Construyendo de esta forma una sociedad consistente en valores compartidos por los distintos grupos, que permiten construir la sociedad conjuntamente.
Componen estos valores conjuntos un mínimo ético irrenunciable, una “ética mínima”, unas exigencias innegables de justicia desde las que tenemos que ir respondiendo conjuntamente a retos comunes, como la eutanasia, la clonación, la contaminación ambiental…
Ciertamente, esos mínimos compartidos pueden ir creciendo, y es bueno que así sea, pero no alcanzaran a la totalidad de la vida personal, que encuentra su respuesta en la “ética de máximos”. De ahí que, con respecto a una ética cívica, los problemas fundamentales consistirán en descubrir cuales son los mínimos compartidos de justicia.
La experiencia del pluralismo nace con la de una incipiente ética cívica, que cuenta, como factor esencial, con la tolerancia hacia quienes compartan cosmovisiones diferentes a la propia.
Los tratados de tolerancia y la convivencia pacífica fueron cristalizando al hilo del tiempo en esa ética cívica, que ha ido suscitando una buena cantidad de recelos. ¿Cómo es posible conciliar en la ética cívica las posiciones discrepantes, de forma que puedan convivir, e incluso cooperar? El deseo de responder a esta pregunta nos obliga a recordar una distinción ya célebre en la tradición moral y política occidental: la distinción entre “el hombre” y el “ciudadano”.
Al hombre (varón o mujer) cabe adscribirle una meta moral muy clara e incontestable, que es la felicidad. Todos los hombres quieren ser felices. Empero, las personas como tales desarrollan sus actividades en distintas esferas sociales, lo cual nos permite considerar en ellas distintas dimensiones; siendo una de ellas, la de formar parte de una actividad cívica, que recibió en sus orígenes griegos y latinos los nombres de polis y civitas.
De donde se sigue que la ética cívica es la ética de las personas consideradas como ciudadanas. No pretende abarcar a la totalidad de satisfacción. Sólo intenta modestamente satisfacer sus aspiraciones en tanto que ciudadanas, en tanto que miembros de una polis, de una civitas, de un grupo social que no está unido por lazos de fe, ni de familia, ni tampoco es siquiera estatal, sino que es un tipo de lazo social que coordina los restantes.
De ahí que una ética cívica, debe ser inclusiva, debe tomar a todos los miembros de la civitas, independientemente de las creencias que profesen. De aquí la ética cívica no puede ser ni religiosa ni laicista, sino que únicamente puede ser una ética laica.
Una ética laica es aquella que, a diferencia de la religiosa y de la laicista, no hace referencia explícita a Dios ni para tomar su palabra como orientación ni para rechazarla. La ética laica es aquella que puede ser asumida por creyentes y no creyentes siempre que no sean fundamentas religiosos o fundamentalismos laicistas.
El pluralismo moral no es sólo un hecho social innegable en las sociedades con democracia liberal, resultado de una muy concreta historia, sino que puede ser también un proyecto ético de la sociedad civil, siempre que se articulen bien la ética cívica y los restantes proyectos morales. En este sentido, considero que las expresiones que se dan en la vida social y colectiva son la “ética de mínimos” y “ética de máximos”
Entre las distintas concepciones de vida buena, de vida feliz, que conviven en una sociedad pluralista, se produce una suerte de “intersección”, que componen los mínimos necesarios para poder tener una excelente concepción moral de justicia.
Las propuestas que intentan mostrar cómo ser feliz, cual es el sentido de la vida y de la muerte me parece adecuado denominarles “ética de máximos”, mientras que la “ética de mínimos” no se pronunciaría sobre cuestiones de felicidad y de sentido de la vida y de la muerte, sino sobre cuestiones de justicia, exigibles moralmente a todos los ciudadanos.
8 comentarios:
Gracias entonces "amigo", por estar siempre y nunca haberos ido....
Buen tratado este que yace aquí.
Afectos.
HdQ
Realmente me impresionan tus tratados de sociología, me obligas a esforzarme para comprenderlos....yo siempre digo, que detesto la doble moral y me quedo con mi libertad interna, como la planteas tú, amigo...
Besos, monique.
Excelente comentario sobre la ética, tan olvidada en nuesros días. Un comentario magnífico. Te sigo leyendo.
que buen trabajo, sobre todo ahora que el mundo en general ha olvidado que es la etica, ojala mas personas leyeran el texto y la redordaran
mil gracias por tus saludos y mil disculpas por no haber contestado antes, pero he estado enferma y ha medida que puedo voy contestando lentamente
que tengas una bella navidad en familia y que sea un nuevo año con mil cosas lindas
muchos cariños y que estes muy bien
besitos
besos y sueños
Mi amigo:
dulce y tierna navidad...
Una mexicanca, que te admira.
Besos, monique.
Pido disculpas por no comentar sobre el tema, pues vengo a dejarle mis más cariñosos saludos. Volveré (espero) muy pronto.
Me uno a vuestra tripulación..
la comarca nos necesita.
Un gran Honor toparmecon vuestro espacio y tomeme como uno mas por su causa, infectar de locura al mundo.. dicen por hay que la locura es nuestro estado natural..
Aunemos fuerzas..
Mis saludos Soñador..
Estimado, la entrada publicada, me interesa en gran manera, pues según veo pertenece al libro "Hasta un pueblo de demosnios" de Adela Cortina.
Me gustaría saber si es posible (si es que lo tienes) que compartieras el libro completo; lo he buscado en la red y no logro dar con él.
Gracias.
Flavio.
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