viernes, octubre 02, 2009

AY DE LOS VENCIDOS… REFLEXIONES AGÓNICAS




Que te lo digo por tu bien,

Torres más altas cayeron, que te lo digo por tu bien,

No por que tengas dinero, vienes a tratar a mí con los pies,

Que eso no es de caballeros.

Camarón de la isla.

En el ámbito social universitario se ha insertado una lógica perversa- si acaso existe alguna buena- que condena sin posibilidad de defensa a los vencidos y glorifica automáticamente a los vencedores. Por ello, se ha vuelto común o se acepta como normal que los vencedores dispongan gratuitamente sobre los vencidos, los cuales deben aceptar que su derrota los hace merecedores de castigos o de acciones que les inhiben continuar tranquilamente con su vida cotidiana.

Todo parece indicar que la derrota es una especie de sello biopolítico, que marca el sino de aquellos que en la disputa por algún escenario de poder, vieron sus aspiraciones frustradas y las razones que esbozaron condenadas a la burla -en el mejor de los casos-. Este tatuaje social no sólo aísla a los vencidos sino que desfigura su actividad social, ya que sus reflexiones de ahora en adelante serán consideradas a priori como erróneas o sin sentido. ¿Quién quiere estar al lado de los perdedores?

Inversamente proporcional es la actitud social que se tiene sobre los vencedores, a ellos se les otorga la virtud de la razón y se les empieza a considerar como sabios dignos de escuchar y hasta de imitar. Por eso, se les permite y hasta se le exhorta para que se castiguen a todos aquellos que osaron en poner en entre dicho su verdad, en frontal enfrentamiento. Sí, se debe castigar implacablemente a los adversarios para sellar física y simbólicamente el triunfo al que se ha llegado.

Que el poder o la fama generan una especie de embriaguez es un lugar común en la vida contemporánea, y obliga a reflexionar qué se encuentra al interior de esos rituales maquiavélicos que claman por la sangre de los derrotados. En primera medida, se puede decir que el castigo se realiza para reforzar simbólicamente el dominio adquirido en el territorio conquistado. Es decir, se castiga implacablemente para que los súbditos o sujetos que se encuentran en el espacio de gobierno se inhiban de enfrentar o poner en entre dicho la verdad que emana la autoridad. En segunda medida, y a mi parecer el atractor fundamental que lleva a los vencidos a realizar la cuenta de cobro, es la imposibilidad de acobijar bajo su ropaje, trayectorias disimiles que interpolen al interior su estructura de reflexión y por consiguiente de acción.

En otras palabras, el sujeto moderno al ser construido desde la unipolaridad, basa sus actuaciones en la conformación de la unidimensionalidad y por consiguiente todas sus acciones se encaminan en la radical obliteración de la Diferencia. Por ende, le es imposible aceptar a su lado a todos aquellos que de antemano se sabe, no comparten la verdad esbozada.

Entonces, lo que se encuentra implícitamente en la danza sangrienta del triunfo, es la imposibilidad manifiesta de interactuar con el diverso y mucho menos con el diferente. De ahí que, se clame automáticamente por el despido del vencido, se exhorte al cierre de cualquier puerta para ellos y se niegue su razón de ahora en adelante. Si fuera posible se pediría hasta el destierro, ya que así se impediría de una vez por todas que esa enfermedad infecto contagiosa llamada diferencia volviera a parecer sobre la faz del territorio gobernado.

Bajo estas circunstancias qué le queda a los vencidos, una respuesta a la manera postmoderna sería que deben buscar la forma de adaptarse a los nuevos cambios y reconstruir un discurso que sea capaz de comunicarse con las subjetividades nómadas que se dan en la modernidad líquida, es decir que abandonen su discurso. Para mi gusto, la elección libre de los vencidos es invocar los espíritus indomables de los Pijaos, mantener terca y hasta dogmáticamente su discurso, luchar a toda costa para no ser expulsado del campo social, convertir su voz en un grito iracundo que se rebela contra la danza de sangre y destierro. En últimas, a los vencidos sólo les queda mantener su razón en lo más alto de los decídeles del ruido, para desde ahí impedir la desaparición a la que automáticamente se les condena.

Con afecto para mis amigos los vencedores y especial cariño a mis hermanos los vencidos.