EN LAS MÁS ALTAS CUMBRE HABITAN NUESTROS SUEÑOS.
A LOS 14 AÑOS DE LAURA NATALIA MORENO
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En dónde se podrá beber la sabia de la vida, una sabia jamás inventada por el conocimiento, una forma de mirar, percibir y sentir el acontecer allende de la cotidianidad que desgarra sin límites el devenir del ser. Un estar juntos, una comunión que sin destruir la singularidad del uno, le permita al dos y al tres expresar toda su universalidad. Un saber que bebiendo de esa sabia mágica libere el lenguaje del amor y las tonalidades corporales que de ellas se manifiestan, una sabía embrujante y embriagante que le permita al conjunto del ser condensarse en cada una de las actividades del vivir.
Un saber ardiente como las llamas que brotan de mi cuerpo en el instante que percibo tu presencia; un pensamiento tan fuerte y beligerante que se asemeje a un volcán en erupción, expulsando lo más candente de las profundidades de la tierra. Una sabia que queme como lava, que destruya todo a su paso, que contenga en ella el odio y amor, que nos lleve a amar lo digno de ser amado y nos permita odiar lo digno de ser odiado. Un pensamiento tan soberbio que no pueda ser atrapado en los vericuetos del laberinto de la modernidad.
Dónde estará esa maldita sabía que ni la embriaguez me lleva a ella, desde legendarios tiempos se que no está en mi, ni en ti, no se encuentra en el yo cartesiano ni en sus multiplicidades freudianas, no está en el sentido de mundo que inventó el mito del conocer y mucho menos en los fragmentos líquidos de la postmodernidad. ¿Acaso estará en el lenguaje, específicamente en su acción de reunión, en la comunión del mito, en el momento de fundir nuestros cuerpos?
Entonces, dónde buscar, dónde preguntar, dónde pensar, cómo conjurar al tiempo y al pensamiento para que asistan en el mismo instante del llamado en el que todos sentimos la fuerza destructora capaz de derrumbar los muros que limitan nuestra existencia. Indudablemente la capacidad destructora, el odio por derruir lo establecido y sus infinitas voluntades nace de una amor profundo por el devenir, por una disposición a la creación, que no es otra cosa que el arrojo y la fuerza del vivir. Vivir que no se deja doblegar del determinismo, que exhorta constantemente al azar, al cambio, a comprender las nuevas manifestaciones del ser; a ese sentido que emerge de una existencia agotada y sobre todo de una existencia cuestionada en sus valores.
Todo parece indicar que es una búsqueda sin camino, para buscar extraviados, debemos perdernos en la mar de un pensamiento que no acepta los límites de lo real, que atraviesa el caluroso y sediento desierto sin perderse en los espejismos del capital, de esos intereses y/o deseos compensatorios que obnubilan los sentidos y el sentido común, creando un confort estático –casa, carro, beca- que lisia los corazones y calla el lenguaje del cuerpo. Pensar que ob-ligadamente nos lleva a la más profunda de las soledades, una soledad que no desaparece ni en el nos-otros de la sociedad, porque aún no existe la comunidad de los común-eros.
Hasta que no hallemos la sabia que nos permita inventar un nuevo sueño del saber, estamos condena-dos a seguir viviendo el insomnio de la razón. Para exhortar el sueño sólo se necesita un instante soberbio del pensamiento, un fugaz destello de voluntad de poder que sea capaz de situarnos en la más alta cumbre del mundo sentipensante; donde la alegría, la pasión, el amor construyan una razón completamente diferente al capital, las disciplinas y el control. Una pasión de libertad que transforme radicalmente nuestros valores, la forma de relacionarnos con las otras y los otros y con la naturaleza.
Este pensamiento debe nacer de la libertad, flirteando con Bakunin del amor en libertad, entendiendo que en su emerger se enfrenta a un mundo que ha hecho de ella un instrumento más del ejercicio del poder, una trama edulcorante que atrae para cooptar las subjetividades alternativas.
Esta nueva forma de pensar debe entonces empezar por destruir el ejercicio de poder moderno y sus ámbitos de saber predilecto: la universalidad y la aritmética política. En este sentido, la singularidad debe ser el objeto propio de su construcción, las particularidades de cada formación cultural deben estar a flor de piel, ellas deben entenderse como la forma en que se expresan los sentimientos, las pasiones y las emociones, en la forma como nos relacionamos y como construimos el conocer, es decir en las modalidades como exponemos el cuerpo.
Dichas formas de sentir se condensan en el lenguaje, en la lengua materna de cada construcción cultural y en las multiplicidades que de ella se desprenden. Las tonalidades de la existencia entonces se comprenden en el lenguaje, en las exclamaciones de odio, amor, tristeza, alegría, sorpresa que provienen de las entrañas más profundas del cuerpo. Por ende, en la lengua y en el cuerpo debemos buscar el pensamiento de la autentica libertad, la sabia que durante tiempos inmemorables hemos buscado está al alcance de nuestros corazones, simplemente debemos aprender y aprehender a mirar, escuchar y sobre todo sentir el lenguaje como expresión de la voluntad de poder del cuerpo.
Boris Edgardo Moreno Rincón
In-docente universitario