martes, octubre 23, 2007

EL HUMANISMO BAJO LOS OJOS DE PETER SLOTERDIJK

El origen del humanismo se debe en último término a la disposición de los romanos a leer los escritos de los maestros griegos como si fueran cartas dirigidas a sus amigos en Italia. Se podría entonces retrotraer el fantasma comunitario que subyace de todo humanismo al modelo de una sociedad literaria, de esta forma, el mundo humanizado nacen de la secta de alfabetizados, que como muchas otras sectas dan a luz un proyecto expansionista y universalista, organizado a través de lecturas asociadas en cada caso aun espacio nacional. ¿ que son las naciones modernas sino poderosas ficciones de públicos letrados, convertidos a partir de los mismos escritos en armónicas alianzas de amistad?

Estos humanismos nacionales de lectura gozosa tuvieron verdaderamente su apogeo entre 1789 y 1945; en su centro residía consciente de su poder y autosatisfecha la casta de antiguos y nuevos filólogos, que se sabían responsables de la misión de iniciar a los recién llegados en el circulo de destinatarios de cartas decisivas y voluminosas.

Si esta época parece hoy irremisiblemente declinada, se debe a que la época del humanismo nacional-burgués llego a su fin porque el arte de inscribir cartas de amor a una nación de amigos, aun cuando adquirió un carácter profesional, no fue ya suficiente para anudar el vinculo telecomunicativo entre los habitantes de la moderna sociedad de masas. Por el establecimiento mediático de la cultura de masas en el primer mundo en 1918 con la radio, y tras 1945 con la televisión y aun más por medio de las revoluciones de redes actuales, las coexistencias de las personas en las sociedades contemporáneas se ha vuelto establecer sobre nuevas bases.

Los nuevos medios de la telecomunicación político cultural, que tomaron la delantera en el intervalo, son los que acorralaron al esquema de la amistad escrituraria y lo llevaron a sus modestas dimensiones actuales, lo que nos ha llevado a la pregunta sobre el futuro del humanismo y sus medios.

El humanismo como una palabra y cosa tiene siempre un opuesto, pues es un compromiso en pos del rescate de los seres humanos de la barbarie , por ello la pregunta se orienta en el fondo a saber si quedan esperanzas de dominar las tendencias actuales que apuntan a la caída en el salvajismo del hombre. Y aquí hay que tener encuenta que, hoy como siempre, el salvajismo suele aparecer precisamente en los momentos de mayor despliegue de poder, ya sea bajo las metodologías de guerra imperial, o como bestialización cotidiana de los seres humanos en los medios de entretenimiento desinhibitorio. De ambos tipos suministraron los romanos modelos que perdurarían en la Europa posterior: del uno con su omnipresente militarismo, del otro por medio de su premonitoria industria del entretenimiento basada en el juego sangriento.

El fenómeno humanista gana atención hoy sobre todo por que recuerda que en la alta cultura, los seres humanos son cautivados constantemente y al mismo tiempo, por dos fuerzas formativas, que llamaremos influjos inhibitorio y desinhibitorio. La etiqueta humanismo recuerda –con falsa inocencia- la perpetua batalla en torno al hombre, que se ratifica como una lucha entre las tendencias bestializantes y las domesticadoras. De allí se puede deducir que, los romanos educados llamaban “humanitas “al combate o mejor la abstinencia de la cultura de masas en los teatros de ferocidad.

Estas indicaciones dejan en claro que con la pregunta –por el humanismo- se alude a algo más que a la conjetura idealizada de que el acto de leer educa. De esta forma, de ahora en adelante la pregunta será reformulada de forma ineludible como una pregunta por los medios, entendiendo por estos a los medios comulgales y comunicativos.

En Otoño de 1946, el filosofo Martín Heidegger escribe su célebre artículo sobre el humanismo (Über den Humanismo) donde se pregunta por las condiciones del humanismo europeo e inaugura un espacio de pensamiento post-humanista, que se aleja de la tradición metafísica del pensamiento europeo. Debido a ello, la pregunta por la esencia del hombre no llega por vía correcta hasta que no se tome distancia de dicha tradición: definir al hombre como animal rationale. Según esta interpretación, el hombre termina siendo una mera adición de capacidades espirituales. Contra esto se rebela el análisis existenciario-ontológico de Heidegger: para él la esencia del hombre no puede ser enunciada desde una perspectiva biológica o zoológica y como ángel iracundo se introduce entre el animal y el hombre con su espada atravesada para cortar toda comunidad ontológica entre ambos. En el centro de este pathos antivitalista opera el entendimiento de que el hombre se diferencia del animal en términos ontológicos por lo que no puede bajo ninguna circunstancia ser concebido como un animal dotado de un suplemento cultural o metafísico: el honbre tiene mundo y está en el, mientras que plantas y animales solo están tendidos en sus respectivos medios circundantes.

Para establecer realmente la dignidad humana, Heidegger habla del cometido del hombre, que es su esencia y de la esencia humana, de la que surge su cometido: guardar el ser y su cometido. Establecido bajo la metáfora del pastor y subrayando que la casa del ser es el lenguaje. Este custodiar no representa una labor de vigilancia libremente elegida en el propio interés, sino que el hombre es colocado aquí como un custodio del ser mismo. El lugar donde rige este colocar es el claro, el sitio en que el ser acontece como aquello que allí es.

Definir al hombre como pastor y vecino del ser y designar al lenguaje como la casa del ser, fija al hombre en una correspondencia respecto del ser que le impone un comportamiento radical, lo confina - a él, al pastor- en las cercanías o el perímetro de la casa; lo expone a un conocimiento que reclama más quietud, oídos y pertenencia que lo que la más amplia educación pudo nunca.

El ser envía entonces las cartas decisivas, hace guiños en rigor a amigos serenos, a vecinos receptivos a pastores recogidos y quietos, y hasta donde se puede ver, a partir de estos círculos de co-pastores y amigos del ser no se constituyen amigos naciones, ni escuelas alternativas.

De esta forma, al oponerse al humanismo que contribuye a la historia del rearme de la subjetividad. Heidegger presenta, en efecto al mundo histórico europeo como el teatro del humanismo militante, como el campo sobre el que la subjetividad humana realiza la toma del poder sobre los entes con las fatales consecuencias lógicas de este acto. Bajo esta luz, el humanismo se ofrece como cómplice natural de todo horror posible que haya podido ser perpetrado en nombre del provecho humano.

Frente a estas enormes condenas e inversiones ronda de nuevo la pregunta por el fundamento de la domesticación y la educación humana. ¿Qué puede domesticar aún hoy al hombre, si el humanismo naufraga en tanto que escuela domesticadora humana? ¡que puede aún domesticar al hombre, si hasta el día de hoy sus esfuerzos de automoderación lo han llevado en gran medida precisamente a su toma de poder sobre todo ente?

A continuación nos desviaremos de las indicaciones de Heidegger sobre la detención en figuras finales del pensamiento contemplativo, mientras hacemos el intento de caracterizar históricamente el claro ek-stático en que el hombre es solicitado por el Ser. Se verá que el estar o permanecer –dentro del hombre en el claro del ser- no es de ningún modo una relación ontológica originaria, que no fuera susceptible de una indagación anterior. Hay una historia sutilmente ignorada por Heidegger. La historia real del claro -de la que debe salir una reflexión abismal sobre el hombre que vaya más allá del humanismo- se compone de dos grandes relatos, que convergen en una perspectiva más amplia, la de la exposición de cómo surgió el hombre sapiens del animal sapiens. El primero da cuenta de la aventura de la hominización, la revolución antropogénica.